Tiene la capacidad de permitirnos transitar serenamente los mares más turbulentos y es consecuencia solo de la fe que tenemos en Dios
En el apostolado que llevamos adelante, con frecuencia recibimos gente que busca ayuda buscando maneras para encontrar paz en sus vidas.
Qué aspiración tan alta para el hombre el desear la paz divina frente a las inmensas tribulaciones que trae el día a día. Y, sin embargo, si el hombre tiene este deseo en su corazón, es porque tal cosa existe…
La paz de Dios
La paz con la que Jesús saludaba a los suyos, que ofrecía cada vez que entraba en el hogar que lo acogía y que se nos entrega a nosotros cuando participamos de la misa, es la paz de Dios.
Esta paz se encuentra precisamente en medio de la tribulación. Para decirlo de otra manera, se encuentra en el ejercicio del dolor y nos ayuda a poner límites a nuestro sufrimiento y a confiarnos al amor del Padre.
Preciso es entender que la paz de la que hablamos es una paz que se parece mucho al Reino de Dios, que no pertenece a este mundo, que no responde precisamente a las expectativas que esperamos encontrar, sino que las supera.
Sí, se la saborea en medio de la tribulación. Tiene la capacidad de permitirnos transitar serenamente los mares más turbulentos y es consecuencia solo de la fe que tenemos en Dios. En sí, una ganancia, que requiere abandono y confianza porque de ello brotarán mares tranquilos, y un lugar de descanso permanente.
¿Cómo encontrarla?
La fe nos proporciona la certeza definitiva de la existencia de un Dios y de su obra, de sus mandatos. Para encontrarla, nos alimentamos de su Palabra en la búsqueda, en la celebración de la misa.
Y para fortalecerla nos alimentamos de la verdadera carne, sangre, alma y divinidad de Cristo en la Eucaristía para constituirnos poco a poco -transformándonos bajo el influjo del Espíritu Santo- en hijos de un Padre, bueno y cercano.
Uno de los días en que se cumplía su primera visita a Venezuela, el Papa Juan Pablo II recibió en la nunciatura apostólica de Caracas varias visitas. Entre ellas, la familia del cardenal Rosalio Castillo Lara, por estos días muy recordado en Venezuela pues el 4 de septiembre pasado se cumplió aniversario de su cumpleaños, santo y ordenación sacerdotal. Murió hace ahora 13 años pero sirvió en Roma, casi por 40, a tres papas y desde allá vino a su tierra, Venezuela, en la comitiva papal, acompañando al Santo Padre en 1985. La familia del cardenal Castillo es numerosa y alegre. Llegaron muy entusiasmados a saludar al pontífice. Iban sobrinos, varios de ellos casi niños aún, adolescentes algunos. Al llegar, primero saludaban al tío-cardenal, como corresponde en Venezuela, pidiendo la bendición. Es un acto reflejo en cada familia. Se pide la bendición, no sólo a los sacerdotes u obispos que encontramos en el camino. La bonita costumbre extiende esa solicitud a padres, abuelos, tíos, pad
La biología molecular, la embriología médica y la genética han arrojado mucha luz para responder la antigua pregunta sobre el inicio de cada vida humana. La ciencia avala hoy que la vida empieza con la fusión del espermatozoide y el óvulo llamada fecundación (del latín, fecundare : fertilizar). El clásico manual de Langman sobre embriología, utilizado en las Facultades de Medicina para el aprendizaje del desarrollo humano inicial, explica de manera sencilla el proceso de la fecundación: “Una vez que el espermatozoide ingresa en el gameto femenino, los pronúcleos masculino y femenino entran en contacto estrecho y replican su DNA” (o ADN). Esa unión genera una nueva célula llamada cigoto. Esa nueva célula posee una identidad genética propia, diferente a la de los que le transmitieron la vida, y la capacidad de regular su propio desarrollo, el cual, si no se interrumpe, irá alcanzando cada uno de los estadios evolutivos del ser vivo hasta su muerte natural. Durante las horas que dura
En su vida san Carlos Borromeo se preocupó de promover tres devociones que marcaron su dimensión espiritual: la devoción al Crucifijo, a la Santísima Virgen María y a la Eucaristía. En una homilía enseñaba cuán importante es perseverar y ser asiduos en recibir la Eucaristía: “Cuando reciten el Padrenuestro, hijos, pidan que les sea dado el pan de cada día; pidan al Señor este pan, aquel que nutre su alma. Cuando comiences a recibirlo con frecuencia, lo sé, no sentirás inmediatamente los inmensos frutos que surgen de él; pero debes perseverar. Incluso aquellos que plantan un árbol, lo riegan y limpian la tierra a su alrededor, no lo ven crecer inmediatamente ni ven en seguida los frutos. Hijos, se necesita paciencia y perseverancia”. De su homilía de la solemnidad del Corpus Christi del 9 de junio de 1583, se ha extraído esta preciosa oración: Te adoramos, Hostia divina, te adoramos, Cristo, Hijo del Dios viviente, que te sacrificaste por nuestra salvación. Tú, para ofrecernos
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