Matilde: La reina que se convirtió en santa

Utilizó siempre sus riquezas para apoyar a los mas pobres y fundar iglesias y conventos

Revisar la historia de vida de nuestros santos siempre me ha parecido, además de interesante, una manera de aprender a llevar las virtudes católicas a la vida diaria.

Matilde de Ringelheim era hija del duque de Westfalia y Reinhild (actual Alemania). De pequeña fue llevada a vivir con su abuela, quien era abadesa del monasterio de Erfurt tras haber enviudado. Allí, las monjas se encargaron de su educación y Matilde adquirió grandes virtudes cristianas.

Cuenta la leyenda que, tras un día de cacería, el duque de Sajonia, Enrique I, entró a la abadía a rezar y quedó maravillado con la belleza de Matilde.

Pidió su mano en matrimonio y, tras la boda, se enamoró aún más de ella por las cualidades de su alma. Era una mujer de gran bondad, piedad y humildad.

La corona de Matilde

En el año 918, su esposo fue escogido para suceder al rey de Francia Orientalis, Conrado I. Fue así como Enrique I se convirtió en el primer rey alemán de la dinastía sajona y Matilda en su reina.

Sin embargo, ella no se dejó deslumbrar por las riquezas de la corona ni dejó sus modos humildes y piadosos de vivir; al contrario, vio en su posición una oportunidad para ayudar a más gente y ser más generosa.

Como una madre para los necesitados

Mientras su marido peleaba por defender su patria de los ejércitos extranjeros, Matilde se dedicó a visitar y brindar consuelo a los enfermos y heridos.

Les habló de Dios a los pueblos paganos de los alrededores, repartió limosna a los pobres (y el rey jamás le pidió rendirle cuenta de sus gastos porque confiaba plenamente en ella y más bien se maravillaba con su obra), visitaba a los prisioneros (pagaba las deudas de los que estaban presos por eso para dejarles en libertad) y se aseguraba de que cualquier persona que fuera al palacio real en búsqueda de ayuda fuera atendida.

Más que una monarca, era como una madre protectora. Incluso Enrique I pensaba que muchas de sus victorias eran gracias a los rezos y consejos de su amada Matilde.

Tras 23 años de feliz matrimonio, el rey murió, y Matilde ofreció a Dios desprenderse de todas sus joyas por el alma de su esposo. A lo largo de su vida sólo las utilizó para fundar conventos y repartir ayuda a los pobres.

Problemas en la familia

Pero no todo fue color de rosa. Matilde tuvo cinco hijos con su esposo (Otón, emperador de Alemania; Enrique, duque de Baviera; San Bruno, arzobispo de Baviera; Gernerga, esposa de un gobernante; y Eduvigis, madre de rey francés Hugo Capeto).

Y cuando Otón asumió el trono y fue proclamado emperador por ser el mayor, expulsó a Matilde del palacio porque creía que ella prefería a Enrique, que se había revelado porque decía que era él quien mercería ser el rey porque había sido el primer hijo varón que había nacido cuando su padre ya era monarca.

Matilde se fue a vivir a un convento, donde no paró de rezar por la reconciliación de sus dos hijos.

Los hermanos finalmente resolvieron sus diferencias (es allí cuando Enrique es nombrado duque de Baviera), pero entonces humillaron a su madre porque no creían que ella había repartido sus riquezas a los pobres como decía, sino que pensaban que se las había quedado para su disfrute personal.

Es verdad que se unieron contra mí, pero por lo menos se unieron”, bromeaba Matilde incluso en esos momentos difíciles.

Pero tanto a Otón como a Enrique les empezó a ir muy mal y en el reino lo atribuyeron a la forma en que habían tratado a la reina madre y a su avaricia.

Reina venerada

Ambos le pidieron perdón a Matilde y ella regresó feliz al palacio. Otón le permitió volver a repartir limosna como lo hacía cuando ella era reina, porque se dio cuenta que Dios lo retribuía siempre con más bendiciones.

Él comenzó a gobernar como lo habían hecho sus padres: haciendo justicia, amparando a la Iglesia, protegiendo a los sabios y ayudando a los más necesitados.

Y Matilde fundó muchísimas iglesias y conventos, por eso muchas veces se le representa con una edificación en una de sus manos.

Finalmente, decidió retirarse sus últimos años al convento de San Servacio y San Dionisio en Quedlinburg (hoy en día de la iglesia luterana tras la reforma), lugar que Otón había fundado a petición de Matilde para consagrarlo a la memoria de su esposo.

Falleció el 14 de marzo del año 968 y fue sepultada allí junto a él.

Matilde fue venerada como santa poco tiempo después de su muerte, siendo considerada por muchos la más completa, la más cristiana y la más virtuosa reina de su siglo.

Por su historia de vida, muchos le piden su intercesión cuando tienen algún problema en su matrimonio o disputas familiares, cuando son acusados injustamente y por los pobres.

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