¿Conoces algún profeta actual? Pedro Arrupe

Un jesuita universal que llevó su alegría y su fiel servicio por todo el mundo, incluso a Hiroshima cuando cayó la bomba atómica

Eran las 8:15 de la mañana de un caluroso día de agosto. Pedro Arrupe, jesuita, ya se había levantado hacía tiempo, y aunque ya había hecho su oración, todavía seguía en la capilla. Sabía que eran tiempos duros, y por tanto convenía rezar aún más.

De repente la capilla se llenó de una luz intensa y todo tembló como si fuera el fin del mundo.

Parecía que todos los novicios estaban bien. Salió corriendo a la calle y pudo contemplar cómo un extraño hongo de humo y vapor invadía toda la ciudad. Hiroshima había sido bombardeada con una bomba atómica.

No perdió el tiempo y volvió a la capilla, necesitaba inspiración. En parte así era su vida, una realidad en continuo movimiento y Dios en el centro de todo.

Pedro montaría un hospital de campaña y con lo que había estudiado en la universidad salvaría la vida de muchas víctimas inocentes.

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Alegría y servicio

Y es que su vocación de servir había comenzado mucho antes, cuando vivía en Bilbao (España) a principios del siglo XX.

Peru, como así le llamaban en su casa, era alegre, sonriente y muy inteligente.

Cuando se hizo mayor dejó su querida ciudad para ir a Valladolid y luego a Madrid para estudiar medicina.

Allí destacaba por su inteligencia y por pasar su tiempo libre en los barrios pobres de la ciudad, jugando y ayudando a los niños que tenían dificultades.

De Lourdes a la Compañía de Jesús

Y fue una experiencia en Lourdes la que cambió la vida de Pedro. Pudo ver varios milagros y, sobre todo, sentir delante de sus propios ojos cómo el mundo está sediento de Dios y que el Reino de Dios seguía necesitando jesuitas.

La experiencia de Lourdes cambió el corazón del joven Pedro Arrupe y decidió entrar en la Compañía de Jesús.

Jesuita universal

Las dificultades de la guerra en España le llevaron a continuar sus estudios en Holanda y posteriormente en Estados Unidos, donde aprovechaba para visitar a los presos en la cárcel y llevarles así algo de esperanza.

Sin embargo, desde siempre Pedro Arrupe tenía el deseo de ser misionero en Japón, como san Francisco Javier, también jesuita.

Y para ello fue enviado a la tierra del sol naciente, donde no fue fácil pues tuvo que aprender el idioma e incluso fue acusado de espía durante la Segunda Guerra Mundial.

No obstante, la aventura de este bilbaíno universal no acabaría allí, sino que fue nombrado general de la Compañía de Jesús y asumirá el reto más grande de su vida.

En unos tiempos convulsos para la Iglesia y para la Compañía de Jesús, siempre buscó la unión de ánimos y la fidelidad a las raíces de la orden.

Y sobre todo, buscaba actualizar la Iglesia y los jesuitas a un mundo que cambiaba demasiado rápido y al que -se recordaba una y otra vez- debía servir con fidelidad a la fe y a la justicia.

Siempre buscaba refugio en la oración y nunca perdía su entrañable sonrisa.

Un final en la cruz

La vida de Pedro Arrupe no terminaría bajo el foco de las cámaras y el aplauso de las multitudes.

A la vuelta de un viaje, un accidente cerebral le dejó postrado en la cama durante diez años.

Y ahí, en medio de la niebla y de la incertidumbre, el bueno de Pedro se sintió más que nunca en manos de Dios.

Quién sabe si dentro de unos años este jesuita subirá a los altares. De momento en la tierra es recordado por su deseo de amar y servir, y de hacer de este mundo, de la Iglesia y de la Compañía de Jesús un lugar mejor.

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 Por Álvaro Lobo s.j., de Hozana

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