«El Estado ha ocupado el papel de la Iglesia y la política es la nueva religión»

Carlos Marín-Blázquez es profesor de Lengua Castellana, escritor, columnista, colaborador habitual de programas de podcast como La caverna de Platón, y autor de dos libros de aforismos – Fragmentos y, el más reciente, Contramundo – que han merecido la atención de la crítica y de los lectores avisados. Y que incluyen una honda meditación sobre la condición humana y su necesidad de Dios.

En su último trabajo dedica dos de las tres partes de la obra a una desoladora, pero imprescindible, misión: dar cuenta de cómo, al retirar las sociedades occidentales a Dios de la escena pública, el castillo de naipes cultural y político que Dios sujetaba inicia un imparable proceso de derrumbamiento en el que estamos inmersos. 

En la tercera parte de Contramundo, titulada «Iluminaciones», el autor abre «un atisbo de esperanza» con aforismos que nadan contracorriente de un mundo en el que el paradigma de lo tecnológico ha invadido muchos otros territorios de la vida.

Frente a ello Marín-Blázquez recuerda: «Donde la hermosura destella, hay un dios que renace», porque «el espíritu subsiste en el asombro». Razón por la que nos invita al gran reto de nuestro tiempo: «Vayamos en pos de las cosas bellas y sin fruto».  

La gran contradicción de nuestro presente la resume este otro aforismo: «Desde una visión moderna, somos tan relevantes para nosotros mismos como insignificantes para los demás. Desde una visión teocéntrica, somos tan insignificantes para nosotros, como relevantes para Dios».

Humanidad frágil

Y es que ésta es una de las vetas más provechosas de las reflexiones de Contramundo: la que vuelve a revelarnos la vieja verdad: cuanto más asciende el hombre en busca del sol, más pronto se derriten las alas de cera de su humanidad frágil. 

Por eso recuerda: «Saber esperar y saber temer es lo que distingue al hombre religioso». Y añade: «Si nuestra especie pretende sobrevivir, el hombre tendrá que volver a temerse».

«Esto no es un recetario ni un manual de autoayuda. El aforismo es un ejercicio de ascesis literaria», explica Marín-Blázquez en conversación con Aleteia. «Es un ejercicio de humildad que te incita a quitar, no a poner. Y ésa es una actitud que se puede aplicar a otros campos de la vida».

El problema, admite, es que, por su brevedad y vocación fulgurante, el autor de este género literario «renuncia a argumentar y arroja directamente la tesis, lo que tiene el inconveniente de que, si no hay una complicidad previa, puede ser difícil llegar al lector».

Parece olvidar Carlos Marín-Blázquez, sin embargo, que el aforismo rara vez se lee aislado, sino más bien como parte de una propuesta colectiva en forma de libro, en la que las presuposiciones de unas sentencias se desarrollan en otras, de modo que cada aforismo termina siendo un ladrillo de un muro argumental no tan sólido como en el ensayo, pero no por ello inconsistente. Que es exactamente lo que ocurre en su caso.

¿Por qué matamos a Dios? 

«La humanidad no mata a Dios para liberarse, sino para suplantarlo. El ateísmo moderno es consecuencia de la deificación del hombre», afirma en Contramundo. Pero este aparente enaltecimiento es engañoso, nos advierte el autor, porque no conduce más que a la desolación, el desamparo y la soledad absoluta. 

«El hombre ya no cree en lo eterno, pero se atiborra de sus simulacros» denuncia en un aforismo que tiene su correlación en este otro: «El hombre se cree libre sólo porque le han dado permiso para profanarlo todo». Y ambos sugieren las razones que conducen a este tercero: «La calma, el silencio, la estabilidad, desquician al que es verdadero hijo de este tiempo».

«El endiosamiento de la razón», explica Marín-Blázquez, «lo que produce es un desencantamiento del mundo que anula la posibilidad del misterio. De este modo se cierra la hipótesis de lo trascendente y se nos obliga al ‘aquí y ahora».

Pero mucho se pierde por ese camino, pues, como señala en Contramundo, «la clave religiosa plantea problemas que la mentalidad actual ignora que existan». 

E incluso invita a desafíos que, de otro modo, la pereza desatiende: «La ética es incitación a la tarea en un mundo que premia al holgazán». Por eso, «si el hombre olvida que tiene un alma es para desentenderse de las obligaciones que acarrea». 

Un «dios» con los pies de barro

Lo peor es que este inmanentismo, cree Marín-Blázquez, no funciona y genera una sensación de vacío e insatisfacción que debe taparse con subterfugios. El principal de ellos es el mito del progreso. «Arranca de la Revolución Francesa, pero ha evolucionado y ya no aspira a cambiar el mundo sino a transformar la naturaleza del hombre».

La otra paradójica consecuencia es que el endiosamiento del hombre no conduce a su ‘empoderamiento’, sino a un creciente desasosiego y regodeo estéril en su fragilidad. Marín-Blázquez lo sintetiza así: «El fin de la era de las prohibiciones aboca a un universo de tibieza: ni espíritus tallados en el pétreo ascetismo que exige la observancia de la norma, ni caracteres indómitos espoleados por el placer y la temeridad de quebrantarla».

El resultado es la necesidad de volver a recurrir a los dioses, pero a otros dioses mucho más defectuosos. «El Estado ha ocupado el lugar de la Iglesia y la política se ha convertido en la nueva religión», opina. «Hablamos de religiones inmanentes en las que al hombre se le aparta de cualquier impulso trascendente».

En su libro Contramundo explica hacia dónde nos conduce esa mutilación: «Suprimamos del mundo la interrogación metafísica y sólo quedarán la deshumanización de la técnica y la barbarie de la ideología». Y algunas de sus consecuencias afectan no sólo a la libertad interior, sino a la exterior: «Cuando el Estado nos inculca lo que debemos pensar ya no necesita dictarnos lo que tenemos que hacer».

Falsa libertad y falsa salvación

Nuevas religiones que tienen, además, la osadía de hacer promesas temerarias a las que nunca nadie se atrevió antes: «En las religiones espirituales los hombres se salvan o se condenan individualmente. Sólo la política se atreve a ofertar una salvación indiscriminada».

Y a unos dogmas los suceden otros que, sibilinamente, ocultan su promesa bajo la bandera de la ausencia de límites. «Haberse liberado de dogmas es la ilusión de quien vive bajo los dogmas del presente». 

Pero haberlos, haylos. Y emerge una nueva cultura marcada por profundas contradicciones internas: «Los catecismos modernos animan al linchamiento de todo el que no comparta su amor por la tolerancia». «En nuestros días, la búsqueda de culpables es el pasatiempo principal de los que no creen en la Culpa». 

Finalmente, en ‘Contramundo’ hay otra línea de sugerencias que apunta a la tradición, por un lado, y a la batalla interior, por otro, como territorios en los que construir una relación más verdadera con la realidad y con la propia existencia. 

Y así, respecto de la primera, Marín-Blázquez afirma, enfrentado a la tendencia tecnologicista actual que invita a afrontar los problemas del alma con el aparataje conceptual de quien repara una máquina, o con los del médico que cura una enfermedad con medicinas: «Inscritos en una tradición, los problemas del hombre tienen sentido. Aun cuando no tengan solución». 

Batallas eternas

Y respecto de la batalla interior, nos aporta algunas claves para proceder al autoanálisis y la indagación personal: «El alma pusilánime se asusta del mal y se aburre del bien»; «Del fracaso de un ser habla su empeño en desacreditar toda esperanza».

Pero también nos recuerda que hay batallas que son eternas y que no están sujetas a la coyuntura: «En lo más profundo del corazón del hombre, la inconstancia de su gratitud batalla con la tenacidad de su indiferencia». Ayer, hoy y mañana. 

Para concluir, recordaremos sólo dos de los consejos que nos brinda este libro, que no es un libro de autoayuda entendido en un sentido convencional, pero que sí lo es en cuanto a proporcionarnos un conjunto de ideas que vienen en nuestro auxilio, a ayudarnos a desenmarañar la confusión en la que vivimos.

El primero nos invita a la prudencia y a la ponderación racional: «Confiar sólo en las emociones es el camino más corto hacia el despeñadero». El segundo nos anima al desinterés y la generosidad: «Ningún sentimiento noble exige ser correspondido».

Finalmente, quizás la actitud que caracterice al hombre religioso, la actitud que Marín-Blázquez anima a recuperar, por nuestro propio bien, se resuma en esta otra sentencia que nos invita a mirar la vida desde el agradecimiento y la gratitud: «Vivir es contraer una deuda que nunca se salda. Cada don que recibimos es un regalo caído en manos insolventes». 

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