El Papa: Ante el escándalo de la guerra hay que llorar, socorrer y convertir
"Hay que convertirse para entender que las conquistas armadas, las expansiones y los imperialismos no tienen nada que ver” con el cristianismo.
En Casa Santa Marta, en el Vaticano, el papa Francisco recibió hoy en audiencia privada a una Delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla.
Mientras continúa el conflicto en Ucrania, el discurso del Papa fue una ocasión para pedir una «conversión» porque – dijo – las «conquistas armadas» y «los imperialismos» no tienen nada que ver con el cristianismo.
El Papa señaló que el «mundo se ve convulsionado por una agresión bélica cruel y sin sentido, en la que tantos cristianos luchan entre sí«.
Entonces, el Papa recordó la amistad del Patriarca Ecuménico Athenagoras (1886-1972) y de Pablo VI, en el 50 aniversario del fallecimiento de Aristokles Spyrou. Por ello, citó su famosa frase: «Iglesias hermanas, pueblos hermanos».
Una frase que retomó el Papa para hablar de reconciliación en el contexto de la guerra en el corazón de Europa– sin mencionar a Ucrania o la posición del patriarcado de Moscú-, con el Patriarca Kirill, cabeza teológica, que justifica el conflicto como una defensa del territorio ruso.
«La reconciliación entre cristianos separados, como contribución a la pacificación de los pueblos en conflicto, es hoy más actual que nunca», expresó el Papa ante la delegación del patriarcado con motivo de la Solemnidad de los apóstoles san Pedro y san Pablo.
«Pero ante el escándalo de la guerra, en primer lugar, no hay que hacer consideraciones: hay que llorar, socorrer y convertir», afirmó el Papa.
«Hay que llorar a las víctimas y la demasiada sangre derramada, la muerte de tantos inocentes, el trauma de las familias, de las ciudades, de todo un pueblo: ¡cuánto sufrimiento en los que han perdido a sus seres más queridos y se ven obligados a abandonar su hogar y su patria!».
Justicia y caridad
El Papa invitó a pensar y actuar en la necesidad de ayuda de «estos hermanos y hermanas: es un recordatorio de la caridad que, como cristianos, estamos obligados a ejercer hacia el emigrante, el pobre y el herido Jesús».
«Pero – sostuvo el Pontífice – también hay que convertirse para entender que las conquistas armadas, las expansiones y los imperialismos no tienen nada que ver con el Reino que anunció Jesús».
El Obispo de Roma recordó al «Señor de la Pascua que en Getsemaní pidió a los discípulos que renunciaran a la violencia, que volvieran a poner la espada en su sitio ‘porque todo el que tome la espada morirá a espada’ (Mt 26, 52); y cortando toda objeción dijo: ‘¡Basta!’ (Lc 22, 51)».
En la audiencia no estuvo presente el histórico líder y amigo personal de Francisco; el Patriarca Bartolomé I que ha enviado a tres representantes para mantener el diálogo con el dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos del Vaticano.
En su discurso, insistió en la necesidad de realizar el sueño de Athenagoras: “Iglesias hermanas, pueblos hermanos”: “la búsqueda de la unidad de los cristianos no es, pues, una cuestión interna de las Iglesias. Es una condición indispensable para la realización de una auténtica fraternidad universal”.
El «dios spray» de la guerra
Habló por ello de «justicia» y «solidaridad hacia todos». Por tanto, «a los cristianos se nos exige una seria reflexión: ¿qué tipo de mundo nos gustaría que surgiera tras este terrible episodio de choques y contrastes?».
«Ayudémonos mutuamente, queridos hermanos, a no ceder a la tentación de amordazar la novedad disruptiva del Evangelio con las seducciones del mundo, y a convertir al Padre de todos, que ‘hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos’ (cf. v. 45), en el dios de las propias razones y naciones».
«Cristo es nuestra paz […](cf. Ef 2,14). Partamos de Él, para comprender que ya no es el momento de regular las agendas de la Iglesia según la lógica del poder y la conveniencia mundana, sino según la audaz profecía de paz del Evangelio».
Asimismo, exhortó a trabajar por la paz y la justicia y «solidaridad hacia todos», desde la paz de Cristo: «Con humildad y mucha oración, pero también con valentía y parresía». Esto es, «de hablar con franqueza».
Y el Papa insistió: «No nos contentemos con la «diplomacia eclesiástica» para ceñirnos cortésmente a nuestras propias ideas, sino que caminemos juntos como hermanos: recemos unos por otros, trabajemos unos con otros, apoyémonos unos a otros mirando a Jesús y su Evangelio».
Así marcó el camino para que «Dios no sea rehén de la conducta del hombre viejo (cf. Ef 4,22-24)».
Amistad con el Patriarcado de Constantinopla
Entretanto, el Papa pidió a los tres delegados que transmita sus saludos y su gratitud «al querido Hermano Bartolomé, Patriarca Ecuménico, y al Santo Sínodo, que les ha enviado aquí entre nosotros».
En el marco del «tradicional intercambio de delegaciones entre nuestras iglesias con motivo de sus respectivas fiestas patronales», el Papa agradeció a Dios porque «nuestras Iglesias prosiguen un diálogo fraterno y fructífero» y se comprometen en el «camino del restablecimiento de la plena comunión» (después del cisma de 1054).
La presencia de la Delegación de Constantinopla, dijo el Papa «es un signo tangible de que se ha superado el tiempo de la distancia y la indiferencia, durante el cual se pensaba que las divisiones eran un hecho irremediable».
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