El pequeño Mateo y su «milagro» del Cristo Negro de Esquipulas…
La historia de un joven que esconde el drama de la posible deportación y los miedos de los migrantes que llegan a la frontera de Estados Unidos, pero también el apoyo y la fe cuando logran estar del otro lado
Mateo es un joven guatemalteco de baja estatura, manos pequeñas, pies pequeños, pero de inteligencia y carisma gigantes. Con su sonrisa eterna, hace que todos lo quieran.
Mateo trae en su mochila y en su corazón, su historia, sus heridas y tradiciones de su país de origen, pues tuvo que dejar su nación donde nació, Guatemala, para buscar el sueño americano.
No entiende aún cómo fue que lo dejaron pasar sin papeles los de migración, sin ir a corte, sin más peros, solo le dieron la bienvenida.
Un ángel o un ser humano abrió las rejas y candados donde estaba detenido y listo para ser deportado.
Para Mateo, es un milagro del Señor de Esquipulas, el Cristo Negro de Guatemala, que su fiesta es el 15 de enero.
Por qué un 15 de enero, Mateo y su padre, fueron liberados de las jaulas donde detienen a todos los migrantes que llegan a la frontera de Estados Unidos.
Ya en suelo de Carolina del Norte en la parroquia a la que asiste el pequeño Mateo, ha interpretado a San Juan Diego los 12 de diciembre, en agradecimiento a la Virgen de Guadalupe y por los favores recibidos y por su intercesión.
Su comunidad, también lo ha elegido para interpretar a Jesucristo en la Semana Santa, estos son pequeños pedazos de la vida del gran Mateo que busca algún día muy pronto entrar a una universidad, un sueño que ha puesto en las manos de Dios, una historia de un migrante que es bendecido desde el cielo.
Chucho Picon
Me llamo Matheo Andrés y nací en el bello pueblo, San Pedro Soloma del departamento de Huehuetenango, Guatemala. Tengo 20 años y actualmente vivo en Durham, Carolina del Norte, y llegué a los Estados Unidos a los 16 años.
-¿Por qué tuviste que salir de tu país?
Mi vida en Guatemala era tranquila, vivía con mis abuelos y mi hermana. Mi mamá se vino a los Estados Unidos cuando yo tenía 7 años y mi papá cuando tenía dos, así que no conocía muy bien a mi papá y a mi mamá la recordaba poco.
En el 2018 mi papá fue deportado y mi hermana, que ya era mayor, me dijo que me iba a apoyar con los estudios, pero aun así el dinero no rendía y mis abuelos me ayudaron, junto con mi mamá.
A los 16 años tuve que tomar la decisión de venirme a Estados Unidos con mi papá, cuando un día me dijo «nos vamos». Y fue muy doloroso tener que despedirme de mis abuelos porque son como mis padres, son una parte de mi vida; echo de menos sus consejos, su cariño, los abrazos incondicionales. Aún me duele y creo que no lo superaré. También fue doloroso despedirme de mi hermana, porque siempre me apoyó.
-¿Cómo fue la travesía de cruzar la frontera?
Primero cruzamos la frontera con México y fue muy doloroso por todo lo que dejé atrás. Nos vinimos con los famosos «coyotes» y, cuando ya estábamos en México, no lo podía creer, no sabía qué estaba haciendo y me encomendé a la Virgen de Guadalupe.
-¿Tenías miedo?
Sí, tenía demasiado miedo.
-¿Sabías de la violencia de los grupos criminales contra los migrantes?
Exacto. En la escuela se contaban muchas historias y en las noticias igual. Nos daba miedo vivir todo lo que se contaba.
Cuando pasamos la frontera comíamos bien, pero conforme avanzábamos comíamos lo que fuera. Yo sentía que era como una película por cómo se comportaban, como se daban las cosas y porque usaban radios.
Hubo un momento en que nos persiguieron y era triste porque también había niños. Íbamos muy incómodos en una camioneta tipo Van, no había espacio para respirar y, cuando nos iban persiguiendo, chocamos y me golpeé la cabeza y me lastimé la pierna. Nos bajamos rápido, pasamos a otro carro y después empezamos a caminar.
Seguimos la travesía, llegamos a la frontera, nos metieron a una casa y nos dijeron que alguien vendría por nosotros y que nos iban a cruzar, pero pasaron 15 días y no nos cruzaban. Después, gracias a Dios, nos sacaron y nos pasaron a la frontera, pasamos por un mini río y la migra nos encontró y nos dijeron que regresáramos a nuestro país.
Nos llevaron, nos quitaron todo y nos pusieron un brazalete en la mano. Nos subieron al camión, nos metieron a su cárcel y yo tenía miedo por mi papá, porque lo acababan de deportar. Nos metieron a lo que ellos llaman hielera, hacía demasiado frío y todo el tiempo había luz y no sabía si era de día o de noche, ni qué día era.
Yo tenía el dolor de mis abuelos y, por la travesía, sentía que estaba derrotado. Un día nos llamaron, salimos y por fin nos llevaron a bañar y por un momento tuve paz y libertad.
-¿Qué les decían? ¿Cuál era su situación?
Nos preguntaban que por qué habíamos dejado nuestro país, y les dijimos que por un mejor futuro, que yo estaba estudiando, que no había dinero y que las oportunidades eran muy pocas para crecer. El oficial me dijo: «Ok. Pasa, sigue tus sueños, pero te recomiendo que no cometas errores, porque ante cualquier tropiezo, tu papá y tú, se van y, además, debes seguir estudiando». Y me sorprendí.
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-Eso es un milagro.
Exacto. Le dimos gracias a Dios. Ese día que nos dejaron ir era el 15 de enero, el día del Señor de Esquipulas. Entonces, para mí ese día es inolvidable e increíble.
-¿A dónde fueron después?
Nos pasaron a San Antonio, ahí tomamos un autobús y llegamos a un convento franciscano en donde bañan a los inmigrantes y les dan de comer. Tuve que buscar a mi mamá y ella se apoyó en personas que la ayudaron y así nos fuimos en autobús hasta Carolina del Norte. Tenía miedo porque era algo nuevo para mí.
-¿Qué hiciste cuando viste a mi mamá?
La abracé y lloramos juntos porque no nos habíamos visto en nueve años. Todo lo que viví, del 2018 al 2019, fue un gran shock porque fueron sentimientos encontrados.
-Después de asimilarlo, ¿cómo ha sido la vida en Estados Unidos?
Cuando llegué estaba triste, quería regresarme y hasta maldecía por haber venido, porque me hacían falta mis abuelos, ese amor que no encontraba ni en mi mamá ni en mi papá. Y ahora le pido perdón a Dios porque estaba cegado por la tristeza y el dolor.
Después ingresé a la escuela y fue otro choque porque todos hablaban inglés y no conocía a nadie. Pero poco a poco me acoplé y en dos ocasiones obtuve reconocimientos por mis buenas notas. En el 2021 me gradué y, en ese mismo año, comenzamos a ir a misa y conocimos la iglesia de la Concepción.
No conocíamos a nadie y, en el mes de agosto de ese año, anunciaron el programa “Respeto”, que es para jóvenes latinos, la mayoría nacidos aquí, y ese grupo fue el que me ayudó a abrirme y a sanar esas heridas. Me acoplaron, me dieron cariño y también mejoró la relación con mis papás.
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-¿Por tu estatura te llegaron a molestar?
Sí. Antes me sentía incómodo, pero después me acepté.
-¿Y la universidad?
Perdí un año buscando cómo colocarme y una persona en la iglesia me ayudó y me sigue ayudando. En mi vieron un liderazgo. Me uní con los sacerdotes y me quedé con la Justicia Social de la Iglesia, pero me recalcaron que tenía que seguir estudiando. Ellos me están ayudando a saber qué pasos seguir para poder ingresar a una Universidad y, antes de hacer eso, estoy aprendiendo bien el inglés.
-¿Qué quieres estudiar?
Administración de empresas. Estoy haciendo de todo y viendo las opciones para poder ser parte de la Universidad de Elon. Y los planes que tengo para este año son seguir con mis clases de inglés y, si todo sale bien, en enero ya estaría aplicando para la universidad y para las becas.
-¿Cuál ha sido el momento más difícil de tu vida?
Creo que hay varios. Sufrí mucho en Guatemala por la falta del amor de mamá y papá, pues hacen muchos eventos relacionados con la familia y, no tenerlos, fue muy doloroso e incómodo. Después mi hermana se tuvo que ir a estudiar a un internado católico y fue muy triste porque yo vivía con ella. Más tarde se casó, se fue con su esposo y fue otro dolor muy duro.
Pero sin duda el más trágico fue separarme de mis abuelos, salir de mi país y venir a otro nuevo mundo, a otra nueva cultura.
-¿Cómo Dios ha influido en tu vida?
Tiene mucho significado, porque creo que Dios nunca me ha abandonado. Desde pequeño acolitaba y, cuando me sentía triste y agobiado, iba, le rezaba y sentía un alivio. A nosotros, en el colegio al que iba, siempre nos decían que éramos hijos de María Auxiliadora y todo mayo rezábamos el rosario. Después vinieron los sacramentos y siempre iba de las manos de María.
Cuando salí de mi pueblito vi la iglesia y pensé que sería la última vez que iría a misa, porque yo pensaba que en Estados Unidos no había iglesias.
-¿Cuándo vuelves a reencontrarte con Dios?
Aquí llegué a finales de enero, fui a la iglesia y, aunque era diferente, supe que sí había. Di las gracias y me integré al grupo «Respeto», en donde rompí el hielo, conocí más a Dios y sentí más acojo. Comencé a participar en las actividades de la parroquia haciendo diferentes personajes como Juan Diego o Jesús y son historias increíbles de mi vida; todo lo que pasé tiene un propósito.
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Un día, el líder de «Respeto» me dijo: «Mateo, te invito a que vayas a Fe y vida» (Programa de Verano para Líderes Católicos en Lewis University). Yo me resistía, ponía pretexto pero, finalmente, con apoyo y el permiso en mi trabajo, pude ir.
-¿Y cuál fue tu experiencia?
Nunca imaginé vivir esa experiencia. Cuando llegué a Chicago fue increíble, pensé que andaba en una película.
Después empezaron las actividades y también me quedé impresionado. Fue un sueño hecho realidad. Imaginé que así es la vida en la universidad y cada día aprendí de mis compañeros y creo que somos muy bendecidos.
La parte más impactante fue con Jesús sacramentado, pues estar con Él es inexplicable.
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