¿Quién inventó la corona de Adviento?
Adviento ha llegado de nuevo este año; en nuestros hogares y en nuestras iglesias, se encendió la primera de las cuatro velas, anunciando la llegada de una luz que pronto vendrá a traspasar las tinieblas.
Entre todas las tradiciones del período prenavideño, la de la corona de Adviento es sin duda una de las favoritas, tan querida que ahora también ha encontrado un lugar dentro de muchas de nuestras iglesias. Pero, ¿cuándo nació esta costumbre y cuáles son sus raíces?
Es raro poder hacer tal afirmación al hablar de tradiciones populares tan extendidas, pero la corona de Adviento tiene una fecha de nacimiento precisa: fue inventada por Johan Hindrich Wichern, un joven pastor luterano, quien la puso en marcha por primera vez en su casa de Hamburgo el 1 de diciembre de 1839.
¿La primera corona de Adviento? Nació en un hogar de acogida para niños con problemas.
La de Wichern, en una inspección más cercana, no era una casa como muchas otras. Tomando prestado un término del lenguaje moderno, podríamos definirlo como una casa familiar en la que el pastor acogía a niños que, por graves motivos, habían sido apartados de sus familias de origen.
Nació en una casa para niños con problemas
Las necesidades de los niños abandonados siempre habían estado en el corazón de Johan Wichern. En 1832, después de obtener una licenciatura en teología, había comenzado a enseñar en una escuela dominical en Hamburgo, ubicada en los suburbios más pobres de la ciudad.
El joven maestro estaba consternado por la situación de extrema pobreza que vivían muchos de sus alumnos. No se trataba sólo de niños de familias pobres que vivían con dignidad gracias a lo poco que tenían. Lamentablemente, en algunos casos, Wichern tuvo que enfrentarse a situaciones de abandono objetivo e intolerable.
Algunos de sus alumnos llegaban a clase con ropa de verano en pleno invierno, mostrando signos de congelación. Otros declaraban que no habían comido durante días (afirmaciones ciertamente creíbles, a juzgar por su apariencia). Y algunos eran incluso carteristas en ciernes, iniciados en el crimen por padres que evidentemente no eran individuos particularmente respetables.
Profundamente conmovida por esta experiencia, en 1833 Wichern fundó Rahue Haus, un centro dedicado a la acogida de niños que, en ese momento, se describían como «moralmente abandonados» y que hoy probablemente diríamos «en hogares de acogida».
Como una familia
Con una intuición verdaderamente innovadora para la época, Wichern no quiso encerrarlos en una estructura similar a los orfanatos. Al contrario, quería acoger a sus pequeños huéspedes en una aldea amiga de los niños, formada por muchas casas en las que encontrarían espacio un máximo de doce niños, confiados al cuidado de una familia de voluntarios.
Evidentemente, Wichern quería brindar a estos niños una infancia lo más normal posible, a pesar de las dolorosas circunstancias que los habían llevado a separarse de su familia de origen.
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Precisamente por eso, el pastor se preocupó de que los niños asistieran a la escuela local ya la parroquia del barrio, como todos sus compañeros. Ciertamente, se preocupó de cuidar personalmente de su formación espiritual. Pero deliberadamente, lo hizo de la misma manera que podría haber actuado un padre de familia «normal». Sus catequesis se desarrollaban en un ambiente doméstico y con el más alto grado de informalidad. Y fueron precisamente estas ideas las que impulsaron a Wichern a inventar una tradición destinada a hacerse famosa.
Era el 1 de diciembre de 1839 y era el primer domingo de Adviento: el pastor reunió a todos sus alumnos y disfrutó de la sorpresa en sus ojos abiertos de par en par mientras les mostraba la primera corona de Adviento de la historia.
¿Cómo se hizo la primera corona de Adviento de la historia?
Era una corona muy diferente a la que conocemos hoy.
En primer lugar, no era una corona: no había hojas ni flores para decorarla. Era más bien un candelabro gigante hecho con una rueda de carreta que Wichern había anclado al techo. Fijadas en la rueda, había cuatro velas blancas grandes y veinte velas rojas pequeñas: una para cada uno de los días de Adviento.
En aquel diciembre de 1839, los niños se turnaban para encender una de las velas, día tras día. Y lo hacían con un entusiasmo tan palpable, y con una alegría tan expectante, que enseguida quedó claro para todos que aquella tradición se convertiría en imprescindible en el hogar.
¡Y no solo en la casa de acogida!
En unas pocas décadas, la moda había comenzado a extenderse por las comunidades luteranas de la ciudad; y, desde allí, en todas las iglesias luteranas de Alemania. Pronto, incluso las familias sintieron el deseo de revivir esta tradición en la intimidad de sus hogares. Fue entonces cuando las coronas de Adviento tomaron el aspecto que hoy conocemos.
Por conveniencia, el número de velas se redujo a cuatro, una para cada domingo. Y, por estética, el soporte que los sostenía comenzó a adornarse con guirnaldas de árboles de hoja perenne. Lo que permitió que el candelabro se transformara en un elegante centro de mesa para las fiestas.
Durante algunas décadas, la tradición siguió siendo prerrogativa de los fieles de fe protestante; fue solo en la década de 1920 que las guirnaldas también comenzaron a extenderse a los hogares católicos. En cuanto a las iglesias católicas, 1926 fue el año en que por primera vez recibieron una guirnalda con cuatro velas. Fue una parroquia de Colonia la que lideró esta pequeña revolución navideña.
¿De qué color son las velas de la corona de Adviento?
Al hacer propia esta tradición, la Iglesia católica ha querido añadir su toque personal a las guirnaldas que poco a poco se fueron extendiendo. Si, tradicionalmente, las velas utilizadas para montar el candelabro siempre habían sido blancas, las iglesias católicas prefirieron adoptar velas moradas y rosas, en homenaje a las vestiduras litúrgicas que se usan durante los cuatro domingos de Adviento.
Hoy en día, a la hora de elegir el color de las velas con las que componer su guirnalda, muchas familias se dejan guiar únicamente por el sentido estético. Lo cual, por supuesto, es más que legítimo. Pero, si queremos hacer caso a la tradición, hay una simbología muy concreta que se esconde detrás del diferente color de las velas.
En aquel lejano 1839, Wichern eligió velas blancas para subrayar el esplendor puro de Jesús, la luz del mundo, que viene a la tierra para barrer las tinieblas del pecado.
Noventa años después, los sacerdotes católicos optaron por velas moradas y rosas, para recordar las etapas del camino litúrgico que acompaña a los fieles a la Navidad.
En años más recientes, se ha extendido entre las familias la costumbre de utilizar las tradicionales velas navideñas rojas en la guirnalda. En este caso, el color de las fiestas se reinterpreta como un homenaje al amor ardiente con el que Jesús se entrega al mundo.
Y, en años muy recientes, algunas iglesias han querido colocar una quinta vela más en el centro de la guirnalda, más grande y más brillante, para encenderla durante la Misa de Nochebuena. Y ese será entonces el símbolo visible para anunciar con alegría que la espera ha terminado: Jesús, luz del mundo, está verdaderamente entre nosotros.
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