Del pan de espelta al Pan Vivo: Mi experiencia de ayuno

Un grupo de 40 personas de la parroquia de Santa María en Rubí (Barcelona, España) está comiendo solo pan y agua los miércoles y viernes desde agosto para responder al llamado de la Virgen desde Medjugorje, y comparte con Aleteia el testimonio de lo que ha vivido uno de sus miembros, Juan Antonio, al integrar el ayuno en su vida

Sirva este testimonio para dar gracias y gloria a Dios por todas las bendiciones que ha tenido a bien concederme con la práctica del ayuno.

Espero que pueda ser de vuestro interés para poder transmitir a las personas la tranquilidad y libertad que implica esta práctica.

Cómo llegué al ayuno

Mi conocimiento y práctica del ayuno siempre había estado relacionado con la Cuaresma.

También había tenido ocasión de leer varios artículos acerca de las apariciones de la Virgen María en las que pide, entre otras cosas, el rezo del rosario y el ayuno.

Un día cualquiera, al terminar la misa, me invitan unirme a un incipiente grupo de personas que practican el ayuno según propuso la Virgen en Medjugorje.

STONES

Hablamos de cómo hacer el ayuno, cómo era el pan y otros detalles menores. Acepté y comencé a realizar ayuno completo los miércoles y viernes.

Quería darle una alegría a nuestra Madre accediendo a su petición y poder ofrecer mi oración y ayuno por las intenciones de su Inmaculado Corazón.

Desprendimiento y conversión

Este ayuno, en realidad, no implica dejar comer y pasar hambre todo el día. Es simplemente alimentarse con pan y agua.

Tal y como comenta la Hermana Enmmanuel de Medjugore, «la Virgen nos quiere sanos».

Decidí alimentarme «a petición del cuerpo» durante los ayunos. Es decir, en caso de sentir hambre, ingerir la cantidad de pan que me permita llegar a la siguiente comida para mantener así el horario familiar.

En uno de los textos relacionados con el ayuno que tuve ocasión de leer, se explicaba que el objetivo del mismo, especialmente en Cuaresma, es la conversión del hombre. Esto es, la transformación espiritual que le permitirá acercase a Dios.

La abstinencia de la comida y la bebida habituales tienen como fin introducir en nosotros el DESPRENDIMIENTO de los bienes del mundo.

BREAD AND WATER,

Quisquilia | Shutterstock

El texto incorporaba también el pasaje de Mateo 4, 1-3 con la primera tentación en
el desierto y que se lee completo en Cuaresma:

«Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por
el diablo»

«Y después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió
hambre.

Y acercándose el tentador, le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras
se conviertan en panes».

Este pasaje de Mateo reforzó de mi decisión de ayunar: si el Señor lo hizo, debo intentar seguir su ejemplo. Seguro que también se alegará por ello.

Además, extraigo una la primera enseñanza de estos versos: para superar las tentaciones del diablo debemos salir al desierto -olvidarnos de este mundo- y ayunar.

Los inicios: comienza la batalla

Los primeros días de ayuno son los más sorprendentes. Uno no sabe qué esperar ni cómo reaccionará, pero son el inicio de la batalla en la que el cuerpo se resiste de dos maneras.

Primero con algunos apretones en el estómago provocados por las ganas de comer.

Todos los conocemos y son fáciles de superar -basta con ir a por pan y saciar ese hambre- pero provocan las primeras dudas sobre el ayuno: ¿Merece la pena? ¿Sirve para algo?

Y esta otra que es peor: ¿Seguro que renuncio a comer lo que hay preparado para los demás el día hoy…?

Esos momentos en los que comparto la mesa con el resto de la familia quedo expuesto a los sentidos y el cuerpo me lanza el segundo envite: observar lo que otros van a comer o cenar.

Olfato, vista, oído, tacto y gusto son asaltados de manera simultánea. El olor y aspecto de la comida o escuchar el crujido de unas tostadas, se contraponen implacablemente contra la textura y el sencillo gusto de un trozo de pan.

Este golpe, más duro que el anterior, me provoca las reacciones más primarias del cuerpo como la salivación.

Aparece así el deseo de disfrutar de la comida de forma evidente, súbita y descarnada. Mi cuerpo me pide a gritos renunciar al ayuno ¡ya! porque quiere la comida que
tiene delante ¡sin esperas!

Queda todavía un tercer frente que el cuerpo abre en su batalla al ayuno. Comienza después de algunas semanas de práctica. Se trata del cansancio que me produce comer sólo pan dos días a la semana.

Por mucho que me agrade el pan como alimento, dice el refrán que «todos los días gallina amarga la cocina».

A diferencia de los casos anteriores en los que la tentación a rechazar el ayuno se produce en momentos puntuales del día, el cansancio pone a prueba mi determinación, puesto que se prolonga a lo largo del día y se incrementa a medida que este avanza.

Se hace duro pensar sólo en rebanadas de pan y en agua para beber. No me puedo esconder en otra habitación para huir de la comida. Esta batalla es totalmente interior y se libra dentro de mí.

Los efectos del ayuno y las primeras meditaciones

No obstante, contra estos golpes del cuerpo noto que el ayuno sutilmente empieza a hacer efecto.

Apenas sin darme cuenta, me revela aspectos de cómo soy. Pone de manifiesto lo débil
y vulnerable que soy a los estímulos de los sentidos.

Mi cuerpo, tan sólo privándolo del «gusto de comer» el alimento previsto para ese día, se revela sin tardar y exige aquello que le agrada.

No puedo evitar pensar en el pasaje de Mateo que comentaba al principio. El texto dice que «el Señor sintió hambre».

Deseos poderosos

Y me permito la licencia de expresarlo como «el Señor tenía ganas de comer» o acortando todavía más: «el Señor tenía ganas».

Ciertamente, yo también «he tenido y tengo ganas o deseo» no sólo de comer sino de otras muchas cosas.

Algunas de ellas ciertamente son buenas, pero otras no y aquí es donde el demonio me invita a «convertir esa piedra en pan».

Con qué facilidad soy capaz de aceptar esta invitación y, de esta manera, justificarme y excusarme para convertir la piedra en pan y comerla.

Por tanto, el ayuno evalúa mi determinación a rechazar los placeres del mundo.

Dudas, autoconocimiento y hambre

Y, ciertamente, no me queda más remedio que evaluar mi compromiso con el Señor y nuestra Madre porque lo primero que aparece al practicar el ayuno son las dudas.

Tengo que responderme honestamente de qué lado estoy, con Quién quiero estar, a Quién debo obedecer.

Como resultado de lo anterior, se hace obvia la necesidad de ayuda para superar los embates del cuerpo y del mundo.

Si el mundo, con apenas una comida, tiene suficiente para hacerme tambalear, si con tan sólo la primera de las tres tentaciones ya me atrapa, qué podré hacer yo solo cuando me tiente con las otras dos.

No queda más remedio que reconocer que nada, absolutamente nada puedo hacer. Como nuestro Señor y nuestra Madre no vengan en mi ayuda, perdido estoy.

Tengo que acudir a Ellos sin demora, es imperativo: yo nada puedo.

Del cuerpo al espíritu

También es justo decir que, realmente, no paso hambre: un alimento tan sencillo como el pan basta para llegar al final del día.

Esta batalla que comienza en el plano corporal enseguida se traslada al plano espiritual.

En este primer estadio, el ayuno revela el carácter caprichoso y déspota del cuerpo cuando exige disfrutar del mundo (bien en una comida bien en cualquier
otro deseo).

No espera; lo que quiere lo quiere de inmediato. No pide; exige y reacciona si no se
le concede.

No le importa esconderse ni disimular con engaños cuando se le sorprende.

Ayunar encamina a la humildad y la oración

Pero ¿cómo me prepara nuestra Madre a la batalla cuando me pide ayunar?

El ayuno realmente se inicia el día anterior con un rato de oración para pedir al Señor la gracia que nos permita superarlo. Por tanto, no estamos solos.

A medida que transcurren los días, más evidente se hace la necesidad de esta gracia porque soy más consciente de mi debilidad.

Noto que el ayuno me empequeñece. Poco a poco me muestra que debo seguir el camino de la humildad y me introduce en la oración.

La búsqueda de la ayuda del Señor o de nuestra Madre no sólo queda relegada al día previo al
ayuno.

A medida que practico del ayuno, busco con más ahínco Su ayuda y el número de veces que recurro a Su socorro aumenta.

Comienzo a tener más presentes al Señor y a nuestra Madre en el transcurrir de nuestro ayuno.

De tal forma, que acudir a Ellos ya no se limita sólo a los días de ayuno, sino que se extiende a cada momento de mi día a día de una manera inadvertida.

Y te vuelves agradecido

Durante el día del ayuno, cada vez que acudo al pan crece la necesidad de dar gracias al Señor por darme un alimento que me sacia y me quita el hambre.

Pero no sólo eso. El día después del ayuno, cuando vuelvo a disfrutar del desayuno habitual (café, tostadas…), veo de una manera mucho más clara y consciente de todo lo que me ha sido dado.

El pan basta para quitar el hambre, pero el Señor me da muchísimo más: un desayuno, la ropa que visto, la casa en la que vivo, unos hijos, una esposa, unos padres, una familia…

Este es un precioso e intenso momento de agradecimiento al Señor por todo lo que tiene a bien concederme.

Lo más hermoso, el ofrecimiento

Pero no es el único. También debo dar gracias por la ayuda del Señor y nuestra Madre para superar los embates del ayuno.

Tengo la certeza que Ellos están detrás y estos suaves «empujones» suyos que me permiten seguir adelante, me reconfortan y aumentan mi amor, gratitud y devoción hacia Ellos.

Por eso, la parte más hermosa del ayuno es el ofrecimiento del mismo que se hace bien rezando un rosario o bien acudiendo a la Eucaristía.

Saber que cada NO a las tentaciones para dejar el ayuno es una alegría para nuestra Madre es algo que colma de felicidad.

No hay nada más hermoso que saber que he hecho Su voluntad.

Madre, ¿pides que ayune? Aquí lo tienes. ¿Pides que luche y rechace al mundo? Ayúdame, que allá voy y no importa si caigo. Sea para gloria Tuya y de Nuestro Señor y por las intenciones de tu Inmaculado Corazón.

Este es el momento precioso que llena de alegría el día de ayuno.

Del pan al Pan

Ofreciendo el ayuno asistiendo a una celebración de la Eucaristía, pude ver con más claridad
la infinita generosidad del Señor.

Un día, la antífona de comunión era este texto del evangelio de san Juan (6, 51):

«Yo soy el pan vivo, bajado del cielo.
Si uno come de este pan, vivirá para siempre;
y el pan que yo le voy a dar,
es mi carne por la vida del mundo»

El Señor no sólo me da el pan material para que no pase hambre, sino que también me ofrece el pan que da la vida eterna y ese pan es Él mismo.

Ahora veo que el pan y agua que el cuerpo no quiere me llevan al verdadero pan. Este pan no lo encontraré buscando en el mundo sino buscando a Dios.

¡Cómo deseo ahora ese pan que es el mismo Cristo! ¡¡¡Qué hermoso asistir a la Eucaristía y poder verlo y comerlo!!!

Cuánto nos quiere el Señor que todos los días Se nos da en forma de pan de vida eterna.

Quién me iba a decir que de esta manera nuestra Madre me lleva a su Hijo. ¡¡¡¡Es que resulta imposible no dar las gracias por tanto amor!!!!

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Una potente escalera a la vida eterna

Como puedes ver, querido lector, la práctica del ayuno en la que nuestra Madre tanto insiste,
no es un castigo sádico para hacernos daño o maltratarnos.

Al contrario, es una manera suave y delicada de hacernos fuertes, de levantarnos la cabeza hacia Ella y llevarnos así hacia su Hijo que es nuestro Señor.

Si un día fallamos en el ayuno de nuestra Señora, no pasa nada: meditemos y acudamos a Ella con más confianza.

Si fallamos en el ayuno y la renuncia del mundo que es lo que evita que nuestra alma se corrompa y se pierda, nos va la vida eterna en ello.

Por tanto, querido lector, te animo encarecidamente a ayunar ¡No tengas miedo! Puede parecer fastidioso, pero es sólo eso, apariencia.

¿Crees acaso que nuestra Madre, que desea ardientemente llevarnos a su Hijo, nos va a pedir algo que no sea bueno para nosotros?

O por el contrario ¿no será que, en su empeño de acercarnos al Señor, nuestra Señora nos facilita una herramienta muy potente para conseguirlo? ¡Animo y comienza, veras que el camino es hermoso!

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